viernes, 28 de diciembre de 2018

Obsolescencia y exorcismos

“No saber de uno mismo; eso es vivir. Saber mal de uno mismo, eso es pensar.” 
Fernando Pessoa.
El libro del desasosiego.


El titilar de la lámpara no le dejaba escribir.

Fmal se entretenía arrugando el papel que yacía sobre la mesa sintiendo que no era capaz de seguir con el renglón que había iniciado unas líneas más arriba. La soledad le perturbaba pero sabía que era el único camino para llegar a terminar el relato que había iniciado varios días antes pero al que no le veía un final claro. Para ser sinceros, tampoco sabía cómo darle cuerpo y sentido a la narración. Pensó que al menos tenía un buen inicio y se sentía indefenso e temeroso de no cumplir con las expectativas que se había marcado. “Un buen principio puede quedar arrasado por un mediocre final”, se decía para sí mismo ante la perspectiva de fracasar en el intento de ser escritor.

Fmal languidecía sobre la silla, muertos los brazos, dejando caer al suelo el gastado lapicero que usaba para dar vida a su relato. El ruido leve y sordo del madero sobre la losa quebró la quietud de la estancia. Las tripas de la casa regurgitaban y le recordaban…

“¿Qué le recordaban?”...

Félix se detuvo ahí. No pudo continuar la historia de Fmal porque no tenía mimbres. No tenía idea de por dónde proseguir la narración. Quería ser trascendente en su vano intento de ser contador de historias pero era consciente que estaba cayendo en lo inane. Quería contar una historia con fondo, pero solo había puesto una palabra tras otra. Quería darle sentido a una ensoñada carrera como escritor, pero cayó en lo obvio…

“Félix, no vas a ser escritor”.

Y Félix estaba en lo cierto. Su relato sobre ese personaje que había creado hace escasos minutos había nacido fallido. No era ni intento de relato. Fmal quería ser escritor tal y como pretendía el propio Félix para sí mismo. Pero Fmal acababa de morir apenas unos minutos después de haber nacido como personaje y el autor se sentía absolutamente desesperado. Metaliteratura. Metafracaso.

Cabeza gacha, desesperación latente, mirada perdida, sensación de fracaso. Se preparó un café y perdió su mirada a través de los cristales del gran ventanal. Deseó que estuviese lloviendo para hacer más emocional, más romántico, más triste esa epifanía portadora de malas nuevas para el aprendiz de escritor. Más vale que se dedicara a otra cosa. “Mi padre ya me lo decía. Tengo demasiados pajaritos en la cabeza”. El pragmático progenitor quería una carrera de bien para el segundo chico de la familia. La madre le azuzaba con que siguiera sus instintos artísticos. Siempre se le dio bien eso de crear. “Pero crear no te da de comer”, musitó Félix para sí.

Crack.
“¿Qué es ese ruido?”

Félix se alteró por el inesperado crujir de las maderas de la casa. El siempre molesto viento de Levante no ayudaba a decrecer la sensación de peligro que el tétrico ruido le había provocado. Con el corazón palpitando, Félix tomó la decisión de investigar de dónde procedía ese chasquido que le quebraba el alma.

Crack.

La casa siempre había sido silenciosa. Vieja, pero silenciosa. Los cuidados a los que la sometía Félix periódicamente daba como resultado que luciera esplendorosa en todas sus facetas: como casa, como edificio histórico y singular y lo que es más importante, como hogar. Eso al menos, es lo que le gustaba pensar a él. Siempre argumentó de modo presumido que los vecinos se maravillaban al verla. Los veía detenerse delante de la puerta o en su esquina prominente que daba a la calle Larga. Era feliz cuando los observaba tras el cristal cuchicheando sobre la magnificencia de su planta, lo equilibrado de sus formas, la luminosidad de su fachada, lo imperial de sus cierros y rejerías. Era feliz siendo el único habitante de la casa, por más que en los bajos Antonio se ganara la vida con su pequeña ferretería, lugar de peregrinación de los vecinos no siempre en busca de tornillos, clavos o espiches. Antonio era un gran conversador y eso llenaba de alegría los días de Félix. También lo era Vicente Pancita, que con su frutería era otro de los puntos de interés del barrio. Buena verdura y fresca fruta de su propia huerta por la que venían preguntando desde otros puntos del pueblo. Y qué risas se echaba con las señoras el bueno de Vicente.

La casa era vieja, pero cuidada. No le faltaba ni un detalle y siempre intentaba mantenerla limpia. Subía a la azotea para cerciorarse de que los pináculos y jarrones de los pretiles estuvieran en perfecto estado, que los guardapolvos de pizarra no sufrieran los desmanes del tiempo, que la pared siempre luciera blanca de cal, que las cornisas estuvieran libres de malas hierbas y que los cierros, rejas y ventajas cumplieran su función a la perfección. Llegaban incluso desde la capital para admirar la majestuosidad de la gran casa que daba la espalda a la Iglesia Mayor con quien rivalizaba en prestancia ante vecinos y foráneos. Pero a pesar de tan importante adversaria, su casa no tenía rival. Sabía que era la envidia del barrio.

Crack.

Un ruido más, cada vez más fuerte, cada vez más cercano y penetrante. La casa aparecía quejumbrosa ante los ojos de un Félix que acumuló a partes iguales excitación y ansiedad por desvelar el misterio de aquel infernal crujido. Agarró una vieja linterna de latón que guardaba en el escritorio, sede de su fracaso como escritor, y con desvelo de detective buscó presuroso el pasillo para adivinar qué emitía aquel clamor terrorífico.

El pasillo largo que apuñalaba toda la planta del edificio se antojaba demasiado oscuro y lúgubre para un solo hombre. Félix se afanó en el paso y agudizó los sentidos para tratar de averiguar cuál era el foco de su desazón. La linterna apenas emitía un hilo de luz, imperceptible ya a un par de metros en avanzada. La inseguridad crecía en el hombre de la casa, que apenas respiraba por no interferir en la quietud que tanto amaba y que se veía amenazada por el sutil pero luctuoso ruido que empezaba a incomodarle.

Catacrack.

“Suena como a pasos sobre la madera”. El temor aumentaba a cada paso que daba. Aunque concentrado en el problema, trataba de pensar en cosas agradables, en los momentos tan gratos que la casa le había proporcionado en ese autoimpuesto retiro en el que vivía ya desde hace unos años. Sabía que se había ganado fama de huraño eremita, pero siempre tuvo disposición a ayudar a quien llamara a su puerta. Pero se sentía solo, demasiado solo desde hacía demasiado tiempo.

¡Catacrack!

El ruido se volvía cada vez más tangible, más oscuro, más pesado y cavernoso. Una especie de chirrido intermitente que se alternaba con una suerte de pitido corto empezaba a taladrarle los oídos. Él, que tanto amaba la paz de su casa, empezaba a angustiarse por los ruidos que se abalanzaban sobre su hogar.

“Estoy perdiendo la cordura. Seguro que no es nada. Una tabla desenclavada, una losa suelta, una conducción que pierde aire o agua. Sí, seguro que es solo eso”, razonaba Félix que trataba de agarrarse a la realidad que conocía. Buscaba reconocer cada rincón de su casa, cada estancia. “Sí, aquí está el cuarto de invitados. Todo está en orden”, susurraba entre dientes. Otra alcoba, un baño, un trastero hasta llegar a la escalera. Cerró tras de sí la puerta cuando escuchó un cuchicheo lejano. Miró hacia la planta superior para desentrañar el misterio, pero la oscuridad le impidió aclarar su mente. Pensó que serían los vecinos alarmados ante semejante escandalera que decididamente, procedía del exterior.

“Es mi casa. No pueden entrar aquí. Es mi casa. ¿Por qué no han llamado a la puerta como Dios manda?”.

Crack.

Bajando la escalera, el estruendo era mayor si cabe. Directamente proporcional crecía el miedo en el fuero interno de Félix que notaba como le castañeteaban los dientes aunque trató de tranquilizarse a sí mismo pensando que se lo provocaba el fresco que hacía fuera de su estudio. La escalera que le llevaba al mismo Averno desembocaba en un rincón, en un ángulo oscuro, donde no, no se veía ninguna romántica arpa. Félix trató de apuntar con la luz pero apenas disponía de pilas en la linterna. Ante él estaba la disyuntiva de seguir el camino emprendido sin apenas claridad y con la incertidumbre de qué se encontraría unos pasos más adelante o volver en busca de más luz… o de ayuda, pero ¿a quién podría pedírsela? Estaba solo en este mundo. Su soledad era buscada, querida, necesaria.

Un golpe hosco, ensordecedor le hizo caer al suelo. No se esperaba ese tumulto que lo dejó petrificado. Quedó tumbado sobre los últimos peldaños de la escalera, absolutamente desorientado y presa, ahora sí, del temor más inmenso. Ese horror a lo desconocido. Vivía una sensación nueva y creyó que era lo peor que le había pasado en su vida.

Félix solo quería escribir y vivir tranquilo en su casa. Aún recordaba los vasos de fino que se tomaba los domingos en el bar de Ariza, al que los lugareños conocían como Moñiga, porque según dicen, el chicuco tenía vacas en la trastienda. Se agarró fuertemente a esos recuerdos de momentos luminosos y alegres. Allí discutía con su amigo Eugenio, compañero de tantas aventuras en el pasado y que ahora se mostraba como un filósofo de la calle, depositario de la sabiduría de la barra de tabanco, doctorado en momentos cumbre junto a los parroquianos mientras se entonan unas alegrías improvisadas a la hora del vermú. Eugenio estaba en el polo opuesto de los intelectuales petulantes que tanto despreciaba por sentirlos ajenos. “¿Qué se habrán creído esos licenciaos que van mirando por encima del hombro?”, proclamaba con su sempiterna caña de Reguera en la mano. “¡Si no han visto mundo!”. Cuánta razón tenía. El recuerdo de Eugenio en el bar del Moñiga hizo aflorar sentimientos que casi hicieron olvidar el trauma por el que Félix estaba pasando. Momentos que ya se fueron. Ahora los echaba de menos y se arrepentía de no ser fiel al ritual dominical.

La oscuridad pegaba dentelladas y la inoperante luz que manejaba el único habitante de la casa no hacía sino prolongar la agonía. Las estancias de la planta baja de la casa se hallaban cerradas a cal y canto y solo las motas de polvo en suspensión se trasladaban de un sitio a otro al trasluz del foco que portaba Félix. La respiración contenida y las gotas de sudor serpenteando por el rostro. Músculos agarrotados, mirada torva y la premonitoria sensación de la inseguridad más absoluta.

¡Crack!

Otro estruendo, cada vez más insoportable, más enojoso. Mientras buscaba entre la oscuridad las respuestas a las cuestiones que se estaba haciendo desde que escuchó el primer rumor en su estudio, notó cómo un incipiente dolor de cabeza comenzaba a taladrarle. No quiere invitados, no quiere ser molestado. Su casa es su casa. Él es el guarda, él es el único habitante y así tenía que seguir siendo. Porque nunca molestó a sus vecinos, nunca tuvo una mala palabra con nadie. En realidad, cruzó escasas palabras en estos últimos tiempos y ahora lo que más deseaba era tener al lado a una cara familiar.

Los pasos se hacían cada vez más difíciles de dar. De repente, un chirrido infernal comenzó a sonar. Félix se tapó los oídos con sendas manos dejando caer a la losa la linterna que irremediablemente, acabó destrozada. Estaba solo, estaba desnudo y desamparado ante la amenaza exterior. No podía hacer nada. De repente pudo observar ciertas luces intermitentes que se colaban por entre las rendijas de puertas y ventanas. El rumor de voces también se acrecentaba y deseó tener mejor sentido auditivo para aclarar ideas. Los molestos intrusos que él pensaba que querían arrebatarle su hogar cuchicheaban; su conversación era imperceptible y lo que adivinaba a escuchar, apenas tenía sentido para él. Al estar puertas y ventanas sólidamente tapiadas, no podía aventurar quién osaba a perturbar su paz conseguida a lo largo de años y años de mantenerse como el alma de esa casa que ahora querían allanar de forma flagrante.

“No me la robaréis. ¡Es mía, es mía!”. Félix se desgañitaba para defender lo que por justicia era suyo.

El chirrido metálico crecía acompasadamente mientras que el asediado morador de la casa trataba de calmarse para pensar qué hacer. Miró a su alrededor y los destellos lumínicos dejaban observar las humedades de las paredes, las cornisas descompuestas, las losas rotas, los muebles desvencijados, la madera carcomida, los cristales hechos pedazos, los travesaños ajados. No podía dar crédito a lo que veía. ¿Quién había osado entrar en la planta baja a destrozar su casa? Sin encontrar explicación lógica del lamentable estado de la casa en su planta baja, Félix corrió hacia el patio para tratar de buscar algo de luz, pero lamentablemente, la luna nueva era esa noche, más negra que nunca. Félix dio dos pasos hacia atrás y cayó de espaldas. Vio como un montón de piedras se arremolinaban justo en el centro del otrora imperial patio que era el alma de la casa. Era. El pasado se cobra cara a sus víctimas y Félix empezaba a descubrir que su Edén se estaba cayendo a pedazos.

El chirrido metálico cesó. Las voces, no. Durante años, Félix había desarrollado cierta aversión al contacto con sus vecinos. No quería ser malinterpretado. Él disfrutaba de la compañía de sus vecinos, de sus vinos en casa de Ariza, de sus compras ancá Pancita, de sus discusiones con Antonio el de la ferretería, pero sin saber cómo y por qué, paulatinamente se había ido retirando de la cotidianidad y se aisló en sus libros, en sus oraciones, en su ferviente deseo de destacar como escritor en lo que le quedaba de vida. Pero el giro del destino narrativo que Dios le tenía preparado, no lo vio venir. Ese sí que era un magnífico desenlace para su historia.

Se puso en pie. Rápidamente, alcanzó la escalera y en escasas zancadas se encaminó hacia su estudio donde puso mil cerrojos a la puerta. Colocándose detrás del funcional escritorio de caoba, esperaba la llegada del momento final, a la espera de rendir cuentas ante el Altísimo.

A pesar de verse encerrado, intuyó que los allanadores ya estaban dentro de la casa. “Les oigo cuchichear. Hablan con voz queda para que yo no me entere. Están trazando su diabólico plan para hacerme desaparecer y quedarse con esta casa y con lo poco que tengo. Pero, ¿por qué? ¿Por qué a mí?”, se preguntaba angustiado Félix.

La locura transita caminos impensables.

Tumulto en la planta de abajo. Ahora ya se escuchan de forma clara las conversaciones acompañadas de ruidos que él no sabía descifrar.

Vienen a por él.
“Vienen a por mí”.
¡Vienen, ya vienen!

El crujido de la vetusta escalera no hacía presagiar nada bueno. Los que habían entrado por la fuerza en la casa estaban a punto de lanzarse sobre Félix, que ya había perdido todas las fuerzas para defender su morada, para defender su propia vida. Agazapado detrás del escritorio, tomó una vara de avellano que había pertenecido a su abuelo y que su padre, depositario por herencia, la había concedido a su hijo como objeto de alto valor sentimental para la familia. La vara permaneció años en su estudio, inmune al pasar de los días y ahora había llegado el momento en que entraría en acción.

Blandía Félix la vara en el aire de un lado para otro tratando de azuzar a los forasteros que habían penetrado en la casa, aunque aún no estaban dentro del estudio que era el refugio natural del solitario habitante del edificio.

-Esto está hecho un asco.
-Hay que demoler.
-Yo creo que podría reformarse, pero eso sí, poniendo muchos billetes aquí.
-Tenemos orden de tirarla y punto.

¿Tirar qué? ¿La casa? La mueca de incertidumbre se volvió de horror en el rostro, más sudoroso que nunca, de Félix. ¿Quiénes eran esas personas que hablaban de tirar su casa? Y lo que era más incomprensible, ¿cómo la iban a tirar si allí vivía una persona, si allí vivía él? Nadie le había informado de semejante acto de terrorismo hacia la propiedad privada, de este ataque sin igual a los sueños de una persona, de tamaña ofensa al patrimonio cultural de su pueblo. Quiso, en un arrebato de valentía transitoria, salir a hacerles frente, pero le acobardaba la sensación de indefensión y de soledad. Ahora notó que ser el único habitante de su mundo, le pesaba más que nunca. Sintió que había desaprovechado su vida y de repente vinieron recuerdos a su mente como en cascada. A su madre llevándole de la mano a la escuela donde aprendería las primeras letras y las cuatro reglas. El primer amor juvenil (y el único) que nunca fue correspondido y por lo que tomó una decisión que cambiaría su vida completamente. La compañía de Eugenio los domingos en el bar de Ariza, el sabor del fino recorriendo su garganta… Todo su mundo iba a ser destruido.

“¡¡¡Fuera!!!”.

Los empleados de la empresa de derribos no daban crédito. Habían oído un alarido. Los más escépticos no querían dar fe de la evidencia, pero el temor provocado por ese fantasmagórico vozarrón, unida a la negritud de la noche, provocaba no pocos escalofríos entre el personal que venía a derribar la Casa del Obispo.

-Aquí hay alguien-, musitó en voz baja uno de los empleados.
-¡Cómo va a haber aquí alguien! Si ya hace años que los últimos vecinos se fueron. Aquí solo hay mierda y más mierda.
-A ver si vamos a tener que llamar al cura para que haga un exorcismo aquí-, añadió en tono jocoso otro operario.

Ya habían inspeccionado cada planta de la Casa del Obispo. Uno de los trabajadores, el más preocupado por el alarido que había escuchado, posó su vista sobre una puerta inusualmente cerrada en un edificio abandonado desde hace años y que iba a ser demolido en pocos minutos. Tomó el pomo y entró en una estancia que paradójicamente se encontraba aún con el mobiliario en su sitio y bastante más limpia que el resto de las habitaciones. Pensó que se trataría de alguna oficina o estudio de alguien importante. Según le habían contado, allí vivió un obispo que un buen día dimitió y quiso disfrutar de la placidez de su casa. Se adentró y repitió el escalofrío al notar cierto vaho de vitalidad en aquel lugar. Observó que sobre el escritorio yacía una vara de avellano que le agradó, quedándosela para sí. Sin mirar atrás, cerró la habitación y marchó junto a sus compañeros de labor.

-Vámonos de aquí. Este sitio no me da buena espina.- confesó al jefe de la cuadrilla, que dio orden de desalojar el edificio, acordonar la finca e iniciar los trabajos de demolición.

Antes del alba, el edificio sería ruinas. Las máquinas y los camiones debían eliminar todos los escombros y el terreno tenía que quedar alisado para antes de acabar el día. De momento, el lugar que antes ocupaba la casa, sería un aparcamiento. Otros planes de futuro vendrían para el barrio donde ya no existía ni la ferretería de Antonio, ni la frutería de Vicente, ni el bar del Moñiga. Tampoco quedaba ya resto de la Casa del Obispo. Félix pensó en aquel instante que la sociedad ya no necesitaba de los objetos viejos.

-Maldito sea el progreso que acaba con los sueños de la gente-, se dijo para sí quedándose de pie, solo y desprovisto de su vida y de su alma ahora que le habían tirado lo que más quería.

Relato publicado originalmente en el libro Casas inolvidables de Chiclana. AAVV. Editorial Navarro, 2016.



miércoles, 26 de diciembre de 2018

Mitos (V)

Poesía y flamenco unidos por dos seres muy queridos por mi: Fernando Quiñones y Paco de Lucía. Ambos hablando de Zyryab, el Pájaro Negro, un humanista cuando aún no se hablaba de humanismo. Zyryab es el apodo que recibió el músico bagdadí (luego residente en Corduba) Abu Al-Hasan Ali ibn Nafi que vivió entre el año 789 y el 857, y que influyó decisivamente en el desarrollo de la tradición musical árabe en la Península Ibérica. Se le atribuye el invento del plectro (púa) utilizando la pluma delantera del águila, también añadió la quinta cuerda al laúd y creó un escuela musical sin precedentes. La tradición lo ha considerado como el padre de la música de Al Andalus, un músico que aglutinó la sabiduría de aquel magnífico crisol cultural. Pero por si esto fuera poco, fue además un pionero de las buenas formas en la mesa y de cómo adecentarse. Lo dicho, un humanista cinco siglos antes de que en Italia surgiera esa corriente.

Fernando y Paco le rindieron pleitesía al Pájaro Negro:

MUERTE DE ZYRYAB

Ahora blanqueará este Pájaro Negro que os trajo
la nueva vieja música, las artes
de la ropa, la mesa, amables pautas
en la insensible lepra de los días.

Adiós. Nadie ha de lamentarlo:
dos mil años, no ya sesenta y ocho,
también me hubieran sido breves entre vosotros
y me voy sin llegar a medir ni agradecer
cuanto aquí se me depara, el exaltado o apacible
rielar de horas más vivas que el turquí junto al blanco
del pichón o que el ciego, vedado beso
que enajena y consume la piel donde se ahínca.

Hay algo, sin embargo que, sobre la justicia
de que no llegue a ver el día de mañana,
grita, se desespera y pugna
por borraros y por borrar cuanto me disteis y os dí,
y mirarme otra vez huyendo de Bagdad sin saber para dónde,
o incluso antes, en la hambrienta
niñez y las arenas gastadas de mi pueblo.

Tal, el desatinado, el descortés,
risible anhelo de seguir
que me posee. Perdón
en fin por tan llorosa, más bien tosca
despedida del elegante
cantor que sólo aquí pudo ser él
y ser vosotros para siempre.

Fernando Quiñones. Ben Jaqan (1973).





lunes, 24 de diciembre de 2018

Mitos (IV)


No necesita presentación... Por cierto, Feliz Navidad.





domingo, 23 de diciembre de 2018

Tres momentos

La misma rutina de siempre. A las 7 de la mañana (bueno 7 y pico, que a uno le gusta dejarse abrazar en la cama un poco un poco más), uno se levantaba, se adecentaba un poco, se tomaba el Cola Cao e iba de camino al instituto. Caras de sueño, cansancio acumulado, sensación de desgana y charla con los amigos. Era el día a día continuo de un estudiante de Bachillerato de la primera mitad de los 90, la época que me tocó vivir en el Poeta. Cientos de momentos viví: muchos buenos, algunos excelentes, otros no tanto (tampoco vamos a mitificar gratuitamente), pero quedan dos momentos en la memoria y uno más de propina que afortunadamente, aún me mantiene ligado al “tuto”.

-Paisaje con figuras

Era por mayo. La calor asomaba y estaba en COU. El curso amenazaba con irse mientras la temida Selectividad avizoraba al incauto grupo que formábamos parte de ese curso 95-96. A última hora nos tocaba Historia del Arte, una de mis asignaturas preferidas de siempre. Además la impartía el Mijita. José Antonio Aguilar, qué gran tipo. Pero por muy buen profesor que seas y mucha paciencia que tengas, aguantar a última hora a 30 adolescentes con ganas de terminar el curso y no ver un aula en tres meses, no era plato de buen gusto.

Para hacer más llevadera esa infame hora, el profe puso un vídeo. Apareció Antonio Gala presentando aquel programa llamado Paisaje con figuras donde mezclaba Historia, Arte, literatura y un poco de mito para contarnos cosas interesantísimas. O al menos, así me lo parece hoy. Pero ese día no prestaríamos la atención debida al bueno de don Antonio. El drama comenzó al poco de musitar las primeras palabras el literato. Las mofas de unos, las risas cómplices de la mayoría y los comentarios jocosos a cuenta de la presumida homosexualidad del presentador del programa provocó la catarsis. Realmente enfadado, José Antonio dejó de ser el Mijita, aquel tipo afable y buena gente, para con el rostro cariacontecido, mandarnos a todos a nuestra casa media hora antes de terminar la clase porque no le había gustado el tono de la burla.

No habíamos sido justos. Aunque personalmente no participé de la broma, sí que reí las gracietas a mis compañeros porque no creía que hubiese nada ofensivo en la chanza (éramos adolescentes, conviene recordarlo). Pensé que eran comentarios inofensivos, que no irían más de una broma simplona y en realidad, carente de sentido. En los 90 aún se hacían chistes de mariquitas y lo veíamos tan normal. Yo llegué a casa con desazón. Algo había cambiado en nuestra (cuasi perfecta) relación con José Antonio.

Al día siguiente, el temor. A primera nos tocaba (sí amigos, lo habéis adivinado) Historia del Arte. Llegamos y durante cinco minutos nadie dijo nada. Nuestro profesor se dedicó a escribir en la pizarra una lista de casi treinta nombres de distinguidas personalidades de diferentes etapas históricas. Todos ellos, señores y señoras respetables por lo que habían conseguido.

-¿Sabéis quienes son?

-Sí -, respondimos la mayoría.

-Son todos maricones. Empezamos la clase.

En realidad, la clase ya nos la había dado. Todos nos quedamos muy callados, repasando el mal que habíamos perpetrado el día anterior. Ese día aprendimos algo realmente valioso que no estaba en ninguna programación de aula. De paso, nos rendimos a un profesor inigualable.

-El comentario es el comentario

Seria, justa, comedida, organizada, exhaustiva, calculadora. Estos adjetivos y algunos otros sirven para calificar a Cristina Gómez, nuestra profesora de Historia en aquellos años. Si hoy tengo que “culpar” a alguien de haber estudiado Historia en la Universidad, indudablemente sería a Cristina. Ella supo dar con la clave para meter en la cabeza de sus alumnos que esta disciplina para nada es aburrida. Ella nos hizo comprender que aplicando el método científico a la Historia le quitábamos las telarañas a una disciplina que lamentablemente hoy vuelve a estar desprestigiada porque no se enseña de forma correcta. Culpen a la burocracia de ello.

Recuerdo cómo eran esas clases. Trabajo constante. Gráficas, tablas, exposición de ideas, poca narrativa “tradicional” y comentario de texto. Mucho comentario de texto. Dentro de esos escritos estaba inserta la Historia, solo había que quitar el polvo y la paja para verla. Cristina supo acertar en el enfoque y puedo decir sin equivocarme a que la gran mayoría de los que formábamos ese grupo disfrutamos esos años con sus clases. Clases en las que la participación era fundamental. Normal que luego sacara sobresaliente tras sobresaliente. No es que uno fuera bueno, es que trabajaba con los mejores mimbres.

-Los lunes grecolatinos

Hace algo más de un lustro volví al Poeta. Y el Poeta me salvó. Pasaba por un mal momento personal y profesional. Sin trabajo y casi sin aspiraciones, de la mano de Taetro (algún día se valorará la nunca bien ponderada labor de esta gente) llegué un día al Poeta junto a Eufrasio Jiménez, otro ex alumno del centro, para hablar con Juan Luis Belizón, a la sazón, director en aquel momento del Poeta. Juanlu, amigo de batallas pasadas, acogió el proyecto que le presentábamos con su habitual predisposición. Aquella cosa que acogió con agrado era el Taller de Teatro Grecolatino, la continuación de esos talleres con alumnos de Secundaria que Taetro llevaba ya desarrollando cinco o seis años. Ahora teníamos sede, el salón de actos de nuestro instituto, teníamos todas las facilidades del centro y teníamos alumnos. Con el pretexto de montar algo de Plauto o Aristófanes, buscábamos inspirar a los alumnos en la cultura clásica: debates, charlas, preguntas, improvisaciones, ejercicios, juegos, texto, texto, texto… y estreno en el Teatro Moderno. Ayudamos a muchos chavales y de paso, nos ayudamos a nosotros mismos.

Hoy, más de un lustro después, mantenemos la chispa del teatro en el Poeta, agarrando el testigo que nos dieron los pioneros en el centro (el grupo Capacha, del que por cierto Juanlu fue integrante) y con la ilusión de estar en nuestra casa, con otra rutina. Esta vez mucho más llevadera que la de levantarse temprano.


Artículo publicado en la revista conmemorativa de los 50 años del IES Poeta García Gutiérrez de Chiclana de la Frontera, centro educativo en el que fui alumno desde 1991 a 1996.



viernes, 21 de diciembre de 2018

Mitos (III)

Señoras y señores, los Pretty Things...





jueves, 20 de diciembre de 2018

Mitos (II)

Este año, Queen lo ha vuelto a hacer...





martes, 18 de diciembre de 2018

Ik hou van Amsterdam [English]


Run away from Amsterdam! Dodge what everybody does! Do not follow the flow! Build your own way just like an unfortunate man like Vicent van Gogh did, a man who died alone, poor and sad, but with the head held high after living a life many would desire. This Dutch genius waltzed to the grave thinking about potato eaters, peasants, wheatfield with crows, chairs, café terraces. He died thinking about himself.

Think about yourself if you want to visit Amsterdam. Do it with the cool head and warm heart, ready to discover an amazing city, a fascinating European capital with a charming trace... even if you visit during one of the wildest cold waves from the last decades. That was our case. But the low temperatures sharpened our senses and we felt eager to know the other side of Amsterdam, the one that runs awat from common places and tourist leaflets to get a feel for the city that goes beyond vices and sins. Welcome to the Amsterdam of nooks and retreats, of the alleys and museums. Welcome to the most delightful Amsterdam, where can be tasted in every bar, every bridge, every herring stand. Welcome to the everchanging city.

The core of our well-organized visit to the main city of the Netherlands were the museums. We wanted to take as a reference some of the most important cultural spaces. We wanted the Dutch Golden Age painting masters to be our guides before paying homage to the favorite son of Zundert while having a cup of coffee gazing at the canals and getting some fresh air to dive into the wonders of science in one of the most wonderful museums of Europe. Always counting with time. Time to stroll, to eat, to go shopping, to breath the brimming Amsterdam. Saving some time to visit a historical house full of mysteries and fantastic stories that we are going to tell in one of the next
articles.

Do it yourself

We wanted it to be a memorable trip, remembered by smaill details and things you cannot find in a travel guide. In fact, we went on our own way. We let our feet to lead us. That is how we discovered unique and fairly unknown places. We visited some extraordinary stores selling a great variety of stuff like rubber ducks, phallic gummies or vintage clothing.

Visiting the green areas and markets is a must in every city. Amsterdam has plenty of both. Vondelpark is a place to get away from the daily life. There is something magical about this place that makes it different depending on the season you visit it. Always has something to offer... and prepares you to the whirlwind of Leidseplein, the heart of the city. Bars, restaurants, shops, concert halls, theaters. What makes Amsterdam different to other places is that anything disturbs you, not even the cars or the noise, you never feel overwhelmed or inhibited. It is like sharing a piece of street with your friends or family. A truly cosy city. It is in the streets where the multiple markets linger: Bloemenmarkt, Albert Cuyp Markt, Waterlooplein... A wonderful urban environment.

Actually, there is something among all the things that we did that could be considered mainstream, probably the only one; a canal cruise seeing the most important places of interest from a totally different point of view!

(To be continued...)

Gallery pictures 
This article was originally published in Berenjena Company.



lunes, 17 de diciembre de 2018

Mitos (I)

Los hemos visto millones de veces, pero nunca serán suficientes... El mítico mini concierto de los Beatles en la azotea de Abbey Road.






domingo, 16 de diciembre de 2018

So long, Leonard...


Cada vez que Leonard Cohen susurra en algunas de sus canciones, los vellitos se erizan inmediatamente. Le seguimos echando de menos...





sábado, 15 de diciembre de 2018

¡Viva el reggaeton!

Tus muertos...

Escucha a los Storm. Sevillanos ellos (y siguen dando caña por ahí).





miércoles, 12 de diciembre de 2018

El largo camino del mínimo


Todo empieza por un folio en blanco y una idea cazada al vuelo. Tras darle muchas vueltas, la idea se convierte en personajes, acciones, escenarios, principios, nudos y desenlaces. Un correo electrónico con la esperanza de que esas líneas sean tenidas en cuenta por tres personas alejadas por cientos o miles de kilómetros... y llega la decisión. Esa idea que impregnó el folio en blanco llega a las manos de otras personas que se juntan una tarde para leerla. A algunos les llega a la patata y creen que sería posible hacer algo sobre un escenario. Más vueltas a la idea, buscar a las personas adecuadas para darle vida sobre unas tablas y, horas de ensayo después, llega el día en que el público recibe el resultado de ese esfuerzo conjunto. Puede que tenga algo que ver o no. Pero lo que la audiencia termina aplaudiendo al final de la función es la conjunción de los talentos de muchas personas involucradas en torno a una obra de apenas diez o quince minutos que en Taetro han llamado mínimo. Curioso que algo con ese nombre involucre un esfuerzo colectivo de tal magnitud. Quizás aún no sabemos recompensar todo ese trabajo como es debido.

El caso es que Taetro lleva 20 años levantando el edificio del Certamen de Teatro Mínimo Rafael Guerrero con pequeñas piezas de autores, directores, actores... y ese edificio se sostiene con solidez y dedicación. Hace unos días pudimos comprobar la buena salud de la propuesta de la asociación chiclanera con tres nuevas piezas venidas de Galicia, Madrid y Aragón. Tres obras muy distintas en lo conceptual y en la aproximación efectuada por los miembros de Taetro. Tres mínimos que engrandecen la labor de este certamen pionero en la escena nacional.

La velada comenzó narrando la génesis de una escena mítica del cine. Aquella en la que se rebanaba un ojo con una cuchilla preñada de surrealismo. Y ciertamente, Buñuelos, la obra de Carlos González Meixide, que narra en tono jocoso ese episodio de Un perro andaluz, rebosa surrealismo y una magnífica descripción de personajes. Bajo la dirección de Antonio Castaño, la obra se trastocó en un vodevil optimista y desbordante de absurdo, con toques cómicos acertadamente repartidos durante todo el montaje y con la suma de un Dalí, bien atemperado por un Juan de Lorenzo que se come el escenario en el poco tiempo que está sobre el escenario. Teresa Yribarren, Laura Tapia y Johnny pusieron su buen hacer al servicio de la función. Una fantástica apertura, una maravillosa locura que acabó con más dosis de absurdo, cosa que los señores Buñuel y Dalí hubiesen aprobado de buena gana. ¡Epatante!

El teatro social siempre ha tenido hueco en las sesiones de mínimos de Taetro. Y con 23, de Santy Portela se coló en forma de puñetazos literales y figurados. Texto durísimo, intenso y con dos personajes al borde del paroxismo. La gran cualidad de esta obra dirigida por Rafa García e interpretada por él mismo y por Eva Herrero es la de contener la tensión subyacente con un dominio de la templanza singular. Al final, brota todo, explota el terror y la catarsis se hace necesaria. Un ejercicio de moderación único con un texto difícil de montar y un excelso trabajo de gestualidad y de dominio de los cuerpos de los intérpretes. Una de las sensaciones de la noche.

La comedia sirvió como curación de malos pensamientos y con el mínimo de Pedro Alejandro Filgueira pudimos cerrar la función con una sonrisa. Instrucciones para el suicidio ahonda también en el absurdo para pulsar los temores de la sociedad en torno a la muerte y a la libertad de decisión. Pepe Raya, creciendo día a día como director de escena, reunió a tres actores en estado de gracia (Almudena Ruiz, Antonio Meléndez y Juan Carlos Morales) para ofrecernos una función simpática, llena de humor, guasa y cinismo y bien resuelta con sencillez (aunque no es fácil de hacerlo. A ello ayudó la desenvoltura que los actores pusieron sobre el escenario). Una alegría porque tenemos actores de futuro y un gran director detrás.

Un largo camino que no acaba aquí para tres textos que se trastocaron en otros "hijos" de esa idea huérfana que empezó con un folio en blanco. Larga vida a los mínimos.

Foto: @zuhmalheur 
Artículo originalmente publicado en Berenjena Company.



jueves, 6 de diciembre de 2018

Esa pequeña casa en Zaandam


La noche cae sobre Amsterdam y es hora de sumergirse en la cultura de bar de la ciudad. Los habitantes de este lugar tienen un sentido único para departir y compartir momentos alrededor de una buena ginebra vieja (oude jenever) o de una cerveza con cuerpo. Aquí no son excluyentes. Cualquier cosa vale con tal de cobrarse una buena conversación. Y tenemos variedad en ambientes: desde aquel que se desvive por la cultura clubbera (Amsterdam es una de las mecas de este movimiento), hasta rockeros (nuestros preferidos) pasando por establecimientos añejos que ha visto pasar la Historia tanto en sus buenos como en sus malos momentos como por ejemplo Hoppe (Spui, 18-20). La mañana sin resaca nos despierta para invitarnos a ir a una isla cuasi desierta en mitad de la urbe. Un lugar de mítica tranquilidad donde se disfruta del silencio y se respira bienestar. Es el Begijnhof, una comunidad de mujeres devotas o beguinaje propia de los Países Bajos que surgió a finales de la Edad Media y que sorprende por lo aislado que parece estar del mundanal ruido. Visita obligada para templar ánimos antes de emprender camino.

Y ese camino nos llevó por primera vez fuera de Amsterdam. Seguimos con la improvisación. Nos hablaron de Zaandam, de Zaansche Schaans, de su historia, de sus molinos, de sus paisajes. Llegamos a la Estación Central para de repente, entrarnos ganas de quedarnos a vivir para siempre en Zaandam. Pueblo bello, tranquilo pero animoso. Calles luminosas y transitadas, cafés que desprenden buenos aromas y conversaciones pausadas. Y seguimos unas huellas marcadas en el camino hasta descubrir, en un recoveco, una casa. Una casa especial. No quisimos entrar en un primer momento por no parecer curiosos… pero la curiosidad nos mató y traspasamos el umbral de un sitio peculiar.

Habíamos llegado a la Casa del Zar Pedro I El Grande de Rusia (Czar PeterHuisje), el hogar que fue expresamente construido para tan alta personalidad cuando visitó esta ciudad en 1697 mientras aprendía de las artes de la construcción naval. Sus planes: replicar esas técnicas en Rusia para construir la flota militar más grande jamás conocida. Allí estuvo el Zar un tiempo, viviendo en esa casa. Fue tal la impronta que dejó en Zaandam que la casa se mantuvo a lo largo de los años y los siglos. Ilustres visitantes (Napoleón o Isabel II de España, por poner solo dos ejemplos) franquearon la entrada de esta pequeña cabaña, de pareceres humildes pero donde se siente en sus estancias aún el calor humano. Hoy es el centro de información de un episodio histórico que parece anecdótico pero que es fundamental para conocer una parte importante de la Historia del Imperio Ruso en sus relaciones internacionales (entonces escasas con el resto del continente). Y para atender a los visitantes, allí está Farida Guseynova, que te explica con sumo gusto y detalle (por si aún te has quedado con ganas de saber más) todos los procesos históricos que confluyeron en la construcción de esa pequeña casa en Zaandam. Una sorpresa luminosa, una estancia de sobresaliente. No se lo pierdan mientras van de paso a los campos de Zaanse Schaans.

El viento te da de cara mientras contemplas la maravillosa comunión entre el agua y la tierra. Los molinos mueven sus aspas acompasadamente te das cuenta de lo bien aprovechada que ha estado la semana mientras piensas en la fatalidad de volver a la rutina y dejar atrás un país maravilloso, una gente cálida y amable, un mundo por contemplar...

Foto: @zuhmalheur
Artículo originalmente publicado en Berenjena Company.




miércoles, 5 de diciembre de 2018

Apropiación cultural, ¿no?

No he escuchado en profundidad a Rosalía, pero me parece una gilipollez la que se está formando en este país a cuenta de su música. En fin, vamos a por más apropiaciones culturales (o no). Smash con Lole y Manuel.





martes, 4 de diciembre de 2018

¿Asaltar los cielos?


Poco podré decir sobre los resultados de las andaluzas que no hayan dicho ya mentes más privilegiadas que la mía, pero como me duele especialmente la izquierda y sobre todo Izquierda Unida, debo dejar mi postura en este Reino de Taifa al que acudo muy de vez en cuando.

El descalabro de la izquierda es un hecho consumado. Y no hablo del PSOE al que sus políticas en cuarenta años y sus bandazos ideológicos lo han condenado a ser pasto de la desilusión. Hablo de la alianza de Podemos e Izquierda Unida que ha demostrado que ciertas sumas restan. Se demostró en las generales de 2016 y en estas andaluzas. A pesar de la brillantez de sus candidatos, algo no funciona y ante esto, no se puede mirar a otro lado. Hay que cortar por lo sano.

Tras probar la alianza y ver que no se consigue aunar un apoyo mayoritario, opto por la separación de Podemos, recuperar el espacio de IU por exiguo que este sea y seguir dando caña, desde una posición realista de la izquierda. Basta ya de asaltar cielos inasaltables o de caminar por la utopía en plan godotiano. Necesitamos reacción ya. Y si eso pasa porque la actual dirección de IU de un paso atrás, que se haga. Hay que asumir responsabilidades y dejar de buscar culpables en otros lugares. Necesitamos la maravillosa minoría de una IU independiente como el comer.



viernes, 30 de noviembre de 2018

El santuario de Elefantes


Hay un lugar, en alguna parte, donde reside la música sencilla, aquella que con las palabras atinadas, los versos bien engarzados, la rima concreta y las melodías pegadizas te hace recordar la importancia de una canción bien hecha. En ocasiones, ese lugar apartado no es reconocido por la mayoría como el lugar donde todos debemos acudir en busca del poder sanador de la música. Buscamos la perfección como si fuera la panacea pero obviamos que en las pequeñas cosas puede estar la salvación. Ese lugar es el destino, el hogar deseado.

Ese lugar es en el que se instala la música de Elefantes. La banda de Barcelona acudió a la llamada del Festival de Música Española de Cádiz para defender el elogio de lo sencillo y, a través de algo que en apariencia es simple, agrandar su leyenda. Shuarma y compañía tienden a hacerlo siempre. Con modestia se presentan con un puñado de canciones que hablan de amor de manera explícita, sin alharacas lingüísticas, con un mensaje certero sobre los sentimientos de la gente donde usted y yo nos podemos sentir reconocidos.

Pero Elefantes sabe sacar partido de su maestría a la hora de hablar del más universal de los temas. Versátiles, animados, apasionados… El concierto que ofrecieron en el Teatro de la Tía Norica fue una exaltación continua de sentimientos que fueron del intimismo de temas como Me gustaría poder hacerte feliz (perfecto broche a una veintena de temas que sonaron a gloria) al desgarro de Duele, pasando por momentos de sana diversión y de vitalidad contagiosa como el vivido en Que todo el mundo sepa que te quiero. La banda sabe elegir el repertorio de sus actuaciones y se ve la maestría en la combinación entre temas de su último álbum (un fantástico La primera luz del día, obra de madurez absoluta de su sonido) y clásicos imperecederos como Azul o Que yo no lo sabía, ambos pertenecientes a la primera etapa de la formación. Una maestría que llevó al público asistente a una montaña rusa emocional que terminó con éxtasis colectivo en al menos tres momentos del concierto.

Jordi, Julio y Hugo conforman una banda perfectamente engrasada que materializó momentos de gran furia sonora. A eso sumamos un frontman espectacular (qué magnífica empatía la de Shuarma con su público) y un cancionero que rinde tributo a la música de todos, a la música popular (fuera matices peyorativos). Ahí están esos homenajes a José Luis Perales y a Los Bravos, incluyendo estupendas versiones de Te quiero y Black is black, respectivamente, canciones que fueron cantadas y jaleadas por el público gaditano con ánimo y excitación.

Y es que algo (bueno) quedó tras el paso de Elefantes por Cádiz. Quedó la sensación de gran banda que ofreció un show cuasi perfecto. Quedó la certeza de que habíamos buceado en un manojo de canciones sencillas pero con enormes cargas de profundidad. Quedó la alegría en rostros y cuerpos de una audiencia entregada a la banda. Quedaron momentos de pop y rock en perfecto equilibrio. Quedaron melodías resguardadas en ese lugar donde reside la música: el santuario de Elefantes donde todos queremos ir a vivir.

Fotos: @zuhmalheur 
Artículo originalmente publicado en Berenjena Company.



jueves, 29 de noviembre de 2018

Nosce te ipsum


Entre museo y museo, entre tienda y tienda, después de pasear tranquilamente por calles y canales, toca hacer un alto en el camino para tomarse algo y reposar. Holanda es un lugar especial para compartir un rato de charla en un café o bar. Y si el país es maravilloso para esta actividad, Amsterdam es el paraíso. Una propuesta barata y de calidad para dejarse llevar durante un buen rato: junto a Centraal Station se encuentra Pipper’s (Home of the mini sandwich) que transporta a Holanda nuestra noción de montadito. Pequeños pero sabrosos bocados en magníficos panes que se paladean frente a unas vistas impresionantes de la ciudad. En Pipper’s (Harry Banninkstraat, 1; muy cerca de Centraal Station) no hay bullicio, están prohibidas las prisas. Comer es un arte y beber se debe hacer con moderación y con gusto por lo que se toma. Servir el café es una pasión en este establecimiento y no quedarás decepcionado al pedir cualquier especialidad de la casa. Tom, Simone y su equipo se afanan en conjugar productos holandeses, españoles, franceses, asiáticos con cierto punto de refinamiento pero con alegre desenfado. Ponen pasión en lo que hacen y eso es un acierto. No duden en pasarse. No se arrepentirán de lo maravilloso que puede llegar a ser una parada en Pipper’s.

Hablando de maravillas… El ser humano también es capaz de logros formidables que animan al progreso de la civilización. Parte de ese conocimiento lo tenemos en Nemo, el lugar donde podemos conocernos a nosotros mismos a través de esos descubrimientos científicos que contados de otra forma, son accesibles para todos… ¡e incluso divertidos!

Nemo es fascinante. Desde su ubicación (Oosterdok, 2; junto al Ij, frente a la ciudad), pasando por el propio edificio y su propia configuración interna (cada planta es un área temática). Es un regalo para todos los sentidos y es que hay que interactuar con todo lo que Nemo te propone. No se trata de ser mero observador sino que es obligado tocar, escuchar, hablar, sentir, experimentar, reir, gozar. No hay tiempo para el descanso en Nemo. Aprendes por la experiencia. Es maravilloso cómo han podido incardinar el conocimiento científico, que a veces puede ser difícil de hacer llegar al común de los mortales, con un mensaje sencillo de entender. Y es que si lo vives en primera persona, es natural que lo asimiles con cierta facilidad.

Nemo es lugar donde la fantasía y la magia se transforman en realidad. Donde el juego se da la mano con el progreso humano. El sitio donde te sientes orgulloso de pertenecer a la raza humana. El espacio donde te sientes muy pequeñito al darte cuenta de todo lo que aún te queda por aprender. Nemo es visita ineludible cuando estás en Amsterdam, incluso si no te van los números, la ciencia o la técnica. Nemo es puro humanismo, pero ¿saben lo mejor de todo? ¡No quieres irte de allí!

Foto: @zuhmalheur
Artículo originalmente publicado en Berenjena Company.



jueves, 22 de noviembre de 2018

Los 'escarabejos' (Álbum blanco)

Disco mítico, problemático, difícil de parir, motivos de disputa e inicio del fin para los Fab Four. Hoy se cumplen cincuenta años de la publicación del disco The Beatles (más conocido como White Album). A disfrutar.





jueves, 15 de noviembre de 2018

La galería de los milagros


¿Nunca se han parado a pensar en las maravillas de las que es capaz el ser humano? Sí, el mismo que provoca guerras, muertes, dolor, es el que es capaz de crear Arte. Somos caprichosos por naturaleza. Por suerte, tenemos espacios vivos y dinámicos que nos cuentan historias sobre esos seres atrevidos y soñadores que cierto día se pusieron a crear. Y narraron historias de señores y de reyes, retrataron a los poderosos y a los temerosos de Dios. Esbozaron escenas de la vida cotidiana de unos campesinos o buscaron el reflejo de la luz en un bodegón. Cumplieron con celoso detalle los presupuestos de la realidad al querer trasladar a un lienzo todos los pliegues de un vestido o las arrugas de una cara vetusta. Nos hicieron llegar ecos de batallas navales lejanas en el tiempo o esculpieron sobre diversos materiales escenas sagradas o la concupiscencia de un cuerpo desnudo. El arte es sublime, es voluble, es mágico. Y esa magia se encierra por doquier en un lugar como el renovado Rijksmuseum de Amsterdam, un equipamiento cultural de primer orden, un espacio ordenado, cómodo para el visitante, apetitoso para deleitar los sentidos. Como se precia en todo gran museo, aquí todo es a lo grande: desde las dimensiones del histórico edificio a la gran cantidad de obras expuestas pasando por la ingente cantidad de visitantes que pasean por sus pasillos y salas a diario. Sin embargo, algo de calidez transmite el Rijskmuseum. Una calidez que te anima a deambular buscando la viva luz de los maestros flamencos, la maravillosa armonía de tallas medievales, las raíces de la Historia de Holanda labrada a golpe de esforzado trabajo de comerciantes o de batallas sufridas en la mar.

No es posible hacerse una idea de la magnificencia del Rijksmuseum en una sola jornada. Este lugar está hecho para visitas cortas, de un par de horas, para dejarte con ganas de saborear más y volver otro días. Paladear a Vermeer con su Lechera o vislumbrar entre sombras a Rembrandt. Bienaventurados los habitantes de Amsterdam que lo tienen a mano. Afortunados los que lo conocemos y queríamos volver en cuanto pusimos un pie fuera. Salimos de la galería de los milagros, allí donde el ser humano muestra su mejor cara, la que hace que perdure en el tiempo. Gracias Rijksmuseum por existir.

Foto: @zuhmalheur
Artículo originalmente publicado en Berenjena Company.



viernes, 2 de noviembre de 2018

Todas las vidas de Vincent

'Los comedores de patatas' de Vincent van Gogh (1885).
Van Gogh Museum, Amsterdam (Vincent van Gogh Foundation).
¿Qué pensaría Vincent van Gogh si hoy visitara su museo? ¿Se sorprendería de ver qué huella tan magnífica ha dejado en el mundo? ¿Maldeciría su mala suerte en vida o sonreiría por haber trascendido en el tiempo? Probablemente, Vincent se sentaría en un rincón del Van Gogh Museum a esbozar con un simple carboncillo sobre un trozo de papel cómo van pasando miles de personas cada día quedándose impresionados por una vida y una obra sin parangón.

El museo dedicado al genio holandés lo tiene todo para ser una celebración del Arte. La vida del pintor es contada a través de su obra en un recorrido didáctico, ameno y que no agobia por exceso. Tiene este museo el don de saber elegir las obras para cada etapa artística de Vincent; desde sus inicios en el que hallamos rasgos de un realismo social muy marcado (esos estudios sobre los campesinos o paisanos) pasando por obras de mayor hondura dramática (Los comedores de patatas) hasta su descubrimiento de nuevos usos del color y del trazo del pincel. Posiblemente no fuera consciente de que esa evolución en su técnica fuera a inscribirse en un movimiento de vanguardia, pero sí era consciente de hacer algo distinto. Su mundo no estaba preparado para este otro Vincent.

Color, composición, ángulos, perspectivas o ausencia de ellas, trazos, brochazos… La pintura de Van Gogh apasiona porque remueve los sentidos, ya sea en un retrato o en un paisaje (siempre pensaré que Vincent es uno de los grandes paisajistas de nuestra época, solo hay que contemplar el evocador Campo de trigo con cuervos para comprobarlo), ya fuera en un simple par de botas o en su encendido acercamiento a la cultura nipona. Van Gogh escribía su propia autobiografía, no solo en cartas remitidas a su hermano o amigos, sino también a cada pincelada que imprimía para ilustrar una noche junto a un solitario café o mostrándonos su humilde habitación. Todas las vidas de Van Gogh en un museo único en el que se afanan por mostrarnos a un ser humano que un día decidió coger un pincel y contar historias.

Nada más. Nada menos.

Artículo originalmente publicado en Berenjena Company.



miércoles, 24 de octubre de 2018

Ik hou van Amsterdam


Huyan de Amsterdam. Huyan de hacer lo que hace todo el mundo. No sigan la corriente. Construyan su propio camino como lo hizo un desventurado Vincent van Gogh que moriría triste, solo y pobre al final de sus días pero que lo hizo con la cabeza alta por haber vivido una vida que ya muchos quisieran. Al menos, el genio holandés se fue a la tumba pensando en comedores de patatas, en paisanos, en campos con cuervos, en sillas, en cafés. Se murió pensando en sí mismo.

Piensen en sí mismos si quieren visitar Amsterdam. Háganlo con la cabeza fría y el corazón caliente, prestos a descubrir una ciudad fascinante, una gran capital europea pero que en el fondo tiene un poso cercano, amigable, luminoso… incluso si uno lo visita durante una de las olas polares más salvajes de los últimos decenios, como fue nuestro caso. Pero el frío agudizó nuestros sentidos y nos sentimos ávidos de conocer esa otra Amsterdam, la que huye de sitios comunes, del panfleto turístico, para tomarle el pulso a la ciudad que va más allá del vicio y el pecado. Bienvenidos a la Amsterdam de los rincones, de los recovecos, de las callejuelas, de los museos. Bienvenidos a la Amsterdam que se saborea bocado a bocado en cada bar, en cada puente, en cada puesto de haring. Sean bienvenidos a una ciudad que se reinventa en cada visita.

Nuestro paso por la principal ciudad de los Países Bajos tiene como eje vertebrador los museos. Quisimos tomar como referencia algunos de sus espacios culturales más importantes para articular una visita que sin estar organizada, sí que tuvo cierto grado de lógica interna. Queríamos que fueran los maestros flamencos de la pintura del Siglo de Oro nuestros guías, para después rendir pleitesía al hijo predilecto de Zundert mientras tomábamos un café tranquilo, pausado, mirando a los canales y tomábamos aire para zambullirnos en la magia de la ciencia en uno de los museos más maravillosos de Europa. Todo ello con tiempo. Con tiempo para pasear (a pesar de la gélida temperatura), para comer, para comprar, para respirar Amsterdam por los cuatro costados e incluso dejando espacio para la sorpresa en forma de una histórica casa que visitamos por casualidad. Allí nos topamos con historias fascinantes que les contaremos en otro artículo.

Hazlo tú mismo

Queríamos que fuera un viaje único, recordado por pequeños detalles, por algo que no vieras o consultaras en una guía turística. De hecho, no pedimos información turística alguna sino que nos dejamos llevar. Que los pies nos llevaran por esta calle, por aquella plaza. Que tu instinto te guiara hacia donde vieras algún punto de interés. Así descubrimos callecitas llenas de encanto con tiendas que sin ser únicas, sí que imprimían un sello singular a lo que vendían ya fueran patitos de goma, gominolas con forma fálica o ropa vintage.

En toda ciudad que se precie uno debe hacer dos visitas ineludibles: al pulmón verde y a sus mercados. Amsterdam está sobrada de ambos. Vondelpark es un lugar único, de desconexión del estrés y de unirse a la naturaleza. Hay algo mágico en este parque que lo hace distinto según la temporada del año que lo visites. Siempre te ofrece algo alternativo… y te prepara para dejarte en la vorágine de Leidseplein, bullicioso centro de la vida de la ciudad. Bares, restaurantes, tiendas, salas de conciertos, teatros. En un exiguo espacio encontramos el pulso de la urbe, aunque lo que diferencia a Amsterdam de otras ciudades es que todo aquí te sienta mejor: no te molestan los coches, no estorba el ruido, no te sientes agobiado y/o cohibido. Es como compartir un trozo de calle con tus amigos, con tu familia. Así de acogedora y leal es la capital de Holanda. Y en la calle, es donde se viven los múltiples mercados de la ciudad: Bloemenmarkt, Albert Cuyp Markt, Waterlooplein... Focos de vida, de ambiente, de compras a buen precio. Indispensable.

Y como aquí nadie te va a poner mala cara por querer ir por libre, puedes hacer algo que todo el mundo hace en Amsterdam: un crucero por los canales porque conocer su historia es saber de la historia de sus habitantes. Probablemente fuera la única concesión mainstream que pudimos hacer durante toda nuestra estancia.

(Continuará...)

Galería completa de fotos 
Artículo publicado originalmente en Berenjena Company.



martes, 2 de octubre de 2018

Vida de un viajante


Lo han vuelto a hacer. Sin perder ápice de sus señas de identidad (el absurdo, el humor, los personajes muy marcados y perfectamente desarrollados a lo largo de la trama), la Compañía Furtiva de Teatro ha sido capaz de no caer en la reiteración y aún así ser reconocibles dentro de la genialidad. Con Cruce de caminos, su tercer montaje en tres años, Carlos C. Laínez y Mili Lora han buscado nuevas fórmulas dramatúrgicas que calen en el espectador sin que por ello, se desestimen propuestas que gustaron en sus dos anteriores obras. Y lo han logrado con ciertas similitudes con uno de los grandes clásicos del teatro norteamericano, Muerte de un viajante. Es curioso cómo se parecen dos obras tan distantes. Ya, ya sé que me van a decir que me paso tres pueblos a la hora de comparar un Pulitzer con la obra de una compañía pequeña de aficionados al teatro, pero es que ahí reside la grandeza de La Furtiva; son así: descarados, impetuosos, insaciables en su búsqueda perpetua de la felicidad (teatral).

Déjenme que enumere dos o tres aspectos que me parecen coincidentes entre Cruce de caminos y Muerte de un viajante: por supuesto, comenzamos conociendo a un personaje, un viajante, un chamarilero, un vendedor que vaga por esos caminos polvorientos. Eso es lo más visible, pero es que en ambos textos encuentras claves como la distorsión del núcleo familiar (disfuncionales, malavenidas), la crítica a la sociedad de consumo, la insignificancia de ciertas virtudes o comportamientos morales y algunos más que no voy a mencionar por no pecar de pedante, que tampoco viene al caso.

Porque lo esencial es que La Furtiva vuelve a entregar una obra fresca, dinámica, con su mesurada dosis de humor absurdo, con sus acercamientos a lugares tan queridos por la pareja Laínez/Lora como el sarcasmo e ironía de los Monty Python, el mimo, el cine mudo, el musical y la sorpresa final, bien tamizada a lo largo de un texto bien compuesto y que es gloria para unos personajes que van y vienen en unos cambios de escena trabajados, que se transfiguran por momentos en otros caracteres y que ganan con el paso de los minutos de función. El regusto que queda tras haber presenciado este nuevo trabajo de La Furtiva es que necesitamos un segundo visionado de la obra, cosa fácil de hacer con esta compañía porque tienen la obstinada manía de actuar cada fin de semana en su teatro de La Bodega de Artistas (calle La Vid, 14; Chiclana de la Frontera).

Aún están a tiempo de acercarse a ese polvoriento cruce de caminos y mientras esperan un bus hacia cualquier lugar, buscar la luz que arroja una charla cualquiera. Puede que incluso hagan algún negocio que les reporte beneficios suculentos. Palabra de crítico.

Fotos: @zuhmalheur
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Artículo publicado originalmente en Berenjena Company.



miércoles, 19 de septiembre de 2018

La otra galaxia de Camarón

El potro cabalga salvaje por la marisma. Tiene ganas de vivir, de sentirse libre, de buscar el horizonte sin detenerse por nada. El potro está pleno de fuerzas, derrochando ánimo, tesón y afán de supervivencia. El potro lo da todo, pero la vida no lo trata como es debido...


¿Qué podemos decir de Camarón? Leyenda, genio, icono, revolucionario... cantaor. De los cantes de Juana, su madre, bebió todo lo que tenía que saber. De las estrecheces de la vida, le vino la inspiración y las ganas de salir por patas hacia el éxito. Cuando lo obtuvo, empezó a escapársele de entre los dedos. Y le llegó la hora de irse, tan joven, con tanto aún por dar y cantar. Entre medias, la noche en que dejó con la boca abierta a Caracol en la Venta de Vargas, su marcha a Madrid, su encuentro providencial con Antonio Sánchez y su hijo Paco, su cambio de rumbo discográfico, Ricardo Pachón, La Leyenda del Tiempo, el triunfo, el mito y la muerte. Una vida digna de ser contada y conocida por todos.

Netflix nos ha dado la oportunidad de saber un poco más del genio de San Fernando por partida doble y en formato documental: una serie de seis capítulos (Camarón, de La Isla al mito) y una película (Camarón, flamenco y revolución). Un díptico imprescindible y estupendo para acercarnos a una figura capital de la música, apto tanto para profanos como para aficionados. En ambos casos, la figura del hombre no subyace sobre la del artista; son capas superpuestas ya que no se entiende la una sin la otra. Así era José.

Ambas aproximaciones diseccionan la figura de Camarón tomando como base fundamental la faceta de José Monge Cruz como hombre, en ocasiones superado por la inmensidad de Camarón. Se ven las fragilidades de una persona que anhelaba convertirse en lo que fue, pero que no comprendía por qué su arte trascendía más allá de los límites de lo comprensible. Su influencia se notará en décadas venideras y las razones son expuestas con sentido del ritmo, veracidad y profusión de datos y de comentarios de quienes estuvieron a su lado en todo momento. Abordar de seguidos tanto la serie de José Escudier como el largo de Alexis Morante permite descubrir no solo la leyenda que galopa sobre el tiempo sino también al hombre que solo quería cantar. Ambos son recorridos minuciosos y completistas si bien la película se acerca también a las sombras del cantaor sin que por ello, desmerezca la grandeza de una carrera musical que se antoja demasiado corta al verse truncada por la prematura muerte de Camarón.

Dos hitos que enmarcan la vida y la carrera de un artista único, alguien de otra galaxia que vino para iluminarnos aunque fuera con la simple luz de un cigarro con la que no perdamos su camino. En la serie, detallista y preñada de recuerdos y de vivencias, son sus amigos, sus familiares (emocionante La Chispa con sus hijos) o su biógrafo, quienes pintan el retrato de José. En la película de Morante es un gigantesco Juan Diego el que narra sin tapujos y con mucho duende, las etapas vitales y artísticas de un Camarón al que sentimos más cercano que nunca. Dos hitos, como decimos, imperdibles para todo aquel que quiera sentir un mínimo de emoción. Garantizamos el vellito de punta con serie y película.

Y el potro de rabia y miel busca el sol en el horizonte. Ya se siente libre. Nadie puede alcanzarle.

Artículo originalmente publicado en Berenjena Company.



jueves, 30 de agosto de 2018

Muerte al Correcaminos

Sí amigos. El Coyote sí que atrapó al Correcaminos.





sábado, 18 de agosto de 2018

La barraca de Federico

"El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre".

Federico García Lorca.



viernes, 17 de agosto de 2018

Inmorales

“Es más moral y más divertido llevarse la mano a la polla que el dedo al gatillo”. 

Lawrence Lipton, poeta de la Beat Generation y un tío lúcido.



domingo, 12 de agosto de 2018

I wanna make it...





sábado, 11 de agosto de 2018

Torreznos de realidad


Paquita ha vuelto y lo hace más calmada, menos desenfrenada, más madura, igual de divertida y más comedida en sus raciones de Tigretones y torreznos. Paquita Salas ahonda en el universo interior del personaje, siendo menos protagonista en su segunda temporada (auspiciada por Netflix) pero dando hueco a una mayor coralidad en el reparto, cosa que es de agradecer puesto que tras los primeros cinco episodios nos quedamos con ganas de saber más de algunos secundarios. De hecho, el gran momento de estos nuevos capítulos se da en el episodio denominado El secreto donde Lidia San José es absoluta protagonista en un retrato agridulce, emocionante y que se sale por completo de la narrativa paquitasalasiana. Una agradable sorpresa que actúa de contrapeso –y a la vez de complemento- del resto de la serie.

El trabajo de Javier Calvo y Javier Ambrossi rezuma costumbrismo, humor canalla, momentos de gran inspiración y un marcado cambio de tono que hace evolucionar la historia de unos personajes que se engrandecen en estos cinco episodios que marcan el inicio de un arco argumental del que carecía la serie en su primera tanda. Brays Efe hace crecer a su personaje a base de una buena dosis de realidad, dejando de lado (pero sin renunciar a ello) a la astracanada, al humor visceral y a todo lo bueno que nos dio Paquita en su temporada de estreno.

Ese acercamiento a la realidad, a cierta dosis de drama en la vida de Paquita y de PS Management es uno de los aciertos de esta segunda temporada. El arco argumental además queda abierto para una continuación que ya está asegurada en Netflix y que puede desembocar en una nueva reinvención de un personaje que ya es oro puro en la ficción nacional. Solo nos queda ponernos unos buenos torreznos de Tarazona y brindar con un lingotazo de Larios por la buena salud (y el colesterol) de nuestra representante de actores y actrices 360.

Artículo originalmente aparecido en Berenjena Company.



sábado, 28 de julio de 2018

El disco perdido

Si seguimos encontrando maravillas escondidas de John Coltrane, estamos de enhorabuena...





viernes, 20 de julio de 2018

Alive!

Estamos vivos que no es poco. Y yo quiero seguir estándolo hasta que pueda tener la oportunidad de verlos en directo. Mientras tanto, un bonito homenaje (con actuación incluida). Con todos ustedes, Pearl Jam.





domingo, 15 de julio de 2018

El Choto de Doñana (I)

Foto: Alberto Sánchez Barea

El Parque Nacional de Doñana es uno de los lugares más maravillosos de Europa. No exagero. Cuatro ecosistemas distintos en un único lugar. Playa virgen, dunas móviles, marismas, cotos, zonas de sotobosque, fauna y flora diversa... y turistas. Sí amigos, turistas todos los días. Lo normal es que pasen por el Coto y lo disfruten. Esos son la mayoría pero luego vienen otros que ni disfrutan ni dejan que otros lo hagan. Y además, fastidian al que allí trabaja tratando de dar a conocer esta maravilla que es Patrimonio de la Humanidad. Por eso quiero hablarles de ciertos tipos de turistas que pasan a diario por el Coto (o Choto, porque ellos se toman la visita a choteo) de Doñana. Allá vamos:


El fumador:

-Oiga, ¿aquí se puede fumar?
-¿Usted qué cree?
-Que no.
-Pues eso.

Sí amigos, son unos cuantos los que preguntan si en pleno Parque Nacional, rodeado de árboles, de arbustos, de verde por todos lados, se puede uno encender un pitillo. Hace un año hubo un incendio en el entorno de Doñana. A veces, me gustaría hacer un ninot y prenderlo... con algún fumador.

La arrabalera:

-Cari, ponte ahí que te hago la afoto. Pero niño, ¡quieres quitarte de ahí que estás jodiendo la puta afoto!

El niño era su propio hijo. Ese tipo de arrabaleras ha pasado hace poco por el poblado de La Plancha, lugar habitual de las visitas al Parque. Ella y su grupito de amigas iban vestidas con chándales fucsias, moño apretao en el pelo, grandes aros en las orejas, super maquilladas y hablaban alto. Esto sí que es una fauna interesante. Por cierto, también fumaban.

La robapiñas:

-Señora, no se puede llevar eso del Parque.
-Pero si son solo dos piñas.
-Ya, pero las normas del Parque dicen que no se puede recoger ninguna muestra del Parque. Está prohibido... Y ponen multas.
-Ah, po lo suelto. Totá, pa dos piñas de mierda...

Los niños:

Sí, los niños. Siempre hay niños y siempre dan por culo. ¿Por qué no dejáis de traer niños al mundo? Os lo pedimos por favor.

Continuará...




jueves, 28 de junio de 2018

Cosas por las que merece la pena vivir XVIII

Y terminamos este día con Bruce... Este temazo, en directo, casi 20 minutos de pura furia rockera, de fiesta, de amistad, sirve para mucho. A mi, para devolverme la serenidad tras unos días locos.

Desgraciadamente, he sido incapaz de encontrar un vídeo con imágenes del concierto. Son espectaculares. Nos queda el audio.





Cosas por las que merece la pena vivir XVII

Esto es oro puro. Gracias a los dioses de la música por tener a Paul (y gracias a James Corden).







Cosas por las que merece la pena vivir XVI

Hoy tenemos ración triple. Dos protagonizadas por el Boss. Bueno, esta primera en realidad es para homenajear a Clarence Clemons y a ese solo de saxo que se marca en Jungleland. Subid el volumen, abriros a la música y disfrutad.



and the poets down here don't write nothing at all...



martes, 19 de junio de 2018

Refugees welcome

En estos días de llegada masiva de pateras al Estrecho y de la acogida del Aquarius se escuchan muchas tonterías. Todas ellas son resultado de la desinformación y la ignorancia, adobadas por un poquito de odio exacerbado a todo lo que no sea español. En fin, es lo que nos toca como "civilización". Lo que más me llama la atención es escuchar a políticos de pacotilla del PP y de Ciudadanos, salvapatrias ellos, hablar del efecto llamada. Claro, vienen los negritos en barcas a España, al paraíso (vaya paraíso) y van a venir más negritos porque aquí se vive estupendamente bien. No pretendo que esos cambien de opinión porque es imposible. Así de cerril y limitado es su ideario. Y sin embargo no ven que el efecto llamada se provoca en el lugar de origen donde, por si no lo saben esas mentes limitaditas, existe la guerra, la persecución religiosa, política o por motivos de género o de identidad sexual. Allí donde el Primer Mundo no se atreve a actuar porque no quiere.

En Homeland, serie recomendable para conocer cómo funcionan los resortes de los servicios de inteligencia en su combate al fanatismo religioso en países de Oriente Medio, uno de los protagonistas daba la clave para acabar con esa plaga. Quizás si pusiéramos en práctica su idea (cara por otro lado), hoy no tendríamos que dar la bienvenida a aquellos que lo han perdido todo.

Resumiendo, un alto cargo de la CIA le pregunta a Peter Quinn, agente de campo en la ciudad siria de Raqqa -uno de los núcleos fuertes del Isis-, si la estrategia que implementa allí Estados Unidos funciona. Quinn le responde con una pregunta:

-¿Qué estrategia? Dígame cuál es la estrategia y yo le diré si funciona.

Todos los asistentes de miran inquietos y Quinn prosigue:

"Miren, es cierto que hay un problema porque ellos... ellos sí tienen una estrategia. Están reuniéndose en Raqqa aproximadamente unos 10.000 de ellos entremezclados entre la población civil, limpiando sus armas y sabiendo perfectamente qué hacen allí. Están allí por una única razón: morir por el Califato y gobernar en un mundo sin infieles".

El alto cargo de la CIA le pregunta a Quinn que sugiera una solución y él propone esto:

"Poner sobre el terreno de forma indefinida a 200.000 miembros del ejército para apoyar y defender a un número igual de médicos y de profesores de Primaria".

"Eso es imposible", dice el de la CIA.

"Entonces empiecen de nuevo bombardeando Raqqa hasta dejarla en los cimientos", termina Quinn.

Soluciones hay. Que se quieran tomar es otro cantar. Os dejo el clip en inglés del momentazo.





lunes, 18 de junio de 2018

Que llueva, que llueva

Grandes los Beta Band. Los descubrí en Alta fidelidad, peli que todo amante de la música (y las listas) debe ver obligadamente. Y de paso, os leéis el libro de Nick Hornby en el que se basa. Igualmente apasionante.





sábado, 2 de junio de 2018

He works hard for the money





domingo, 27 de mayo de 2018

La consagración de la primavera

La doncella fue secuestrada al inicio de la primavera. Debía danzar hasta la muerte con tal de obtener la benevolencia de los dioses al comienzo de la nueva estación. La primavera impulsa, potencia, intensifica las emociones. Surge y florece, aromatiza y vence a los fríos invernales. La danza se hace patente, la música suena, la alegría triunfa. La muerte muere...


Stravinsky compuso hace un siglo La consagración de la primavera, uno de sus ballets más innovadores (casi da un pasmo al entendido público parisino de la época cuando se estrenó) como simbolismo de la ruptura entre dos tiempos opuestos: lo frío y lo cálido, la oscuridad y la luz, la muerte sojuzgada por la vida. Lo que allí fue con danza, lo revivimos hace unos días en el Moderno de Chiclana con la voz, poderosa, desacomplejada y cálida de Musgö, en su segunda aparición sobre las tablas del teatro municipal. La primavera como excusa temática para ofrecernos el florecimiento de una artista única, alejada de tópicos y tipismos y asentada en una carrera en la que cree firmemente. Esta vez, acompañada por una banda solvente, acompasada y que cubrió de capas sonoras la música que Mar Gabarre impone desde su arpa y dirige con su voz y su carisma.

El homenaje que la artista chiclanera ofreció a la primavera se basó fundamentalmente en versiones de temas clásicos del pop y el rock. Sin embargo, disfrutamos de canciones que tomaron vida propia en manos de Musgö. Desde la balada romántica de Elvis Presley hasta el rock progresivo de Pink Floyd (emocionante y vibrante cover de Breathe), pasando por el pop ochentero de Korgis y arribando al rock comercial de los 4 Non Blondes (su archiconocido What's up fue un digno colofón a un espectáculo imperdible). Todo sonó distinto en un concierto de sensaciones, de pulsiones y de generalizado optimismo. Las bases rítmicas, la guitarra limpia y magnífica, el cello y la flauta, organizaron un festín sonoro en torno al arpa de Mar, que siendo protagonista, en ningún momento empacha. Todo lo contrario: su sonido hipnótico hace que nos olvidemos que estamos ante un instrumento único. El ensamblaje de la banda fue perfecto, los mantos sonoros se superponían con maestría. Algo bueno tenía que salir de ahí.

Y el espectáculo fue encaminándose hacia el final con alguna incursión en temas propios de Mar que no desentonaron para nada en un set list precioso y preciso. Todo un regalo de vida. Toda una declaración de intenciones. Puro homenaje a la primavera.

La doncella no dejó de cantar. No cesó de tocar su arpa. Las flores de abrían a su paso. El camino serpenteaba alegre hacia una luminosa realidad que presagiaba un futuro certero. Un futuro en el que la música se escribe con la letra que compone Musgö. Sea.

Fotos: @zuhmalheur
Fuente: www.berenjenacompany.blogspot.com



sábado, 26 de mayo de 2018

Lo inmutable

Hace unos días escuchaba, no me acuerdo a quien, decir que tal grupo se había estancado, que no evolucionaba y que siempre hacía lo mismo. Bueno, no todo el mundo tiene la suerte de ser AC/DC, publicar discos clónicos y ser vanagloriados en todo el mundo. Quizás no sea bueno cambiar porque puedes perder la esencia. Quizás cambiar te da otras miras, otras posibilidades. Ejemplos hay a puñados en el mundo de la música en uno y otro sentido.

Foto: @zuhmalheur
En el caso de Vetusta Morla, lo inmutable es único, es imperecedero, es tesoro que todos ansiamos poseer. Mismo sitio, distinto lugar es el último largo publicado por los madrileños, un anhelado regreso, un cuarto disco de estudio que amplia las bases, que hace pervivir las esencias pero que muestra una muesca sonora más en la carrera de la banda. No se pierde el norte en la música de Vetusta Morla por lo que los fans más irredentos estarán contentos, pero se acentúan algunos caminos sonoros más acerados, más físicos, más rockeros (El discurso del rey o Te lo digo a ti) combinado con medios tiempos (por ejemplo, en Punto sin retorno) y con melodías mucho más marchosas (Palmeras en La Mancha o La vieja escuela). Eso sí, el disco mantiene el simbolismo y barroquismo de las letras de la banda (Consejo de sabios). Lo inmutable es bueno aunque se agradece una aproximación a una realidad a la que, salvo en La deriva, poco habían transitado. Entonces fue la desilusión, la crisis política, económica y moral la que movía la música de Vetusta Morla en ese trabajo. Ahora se encara la vida de forma más optimista, más divertida, más jubilosa.

Los madrileños optan por mantener su sello. La seña es reconocible, la voz de Pucho agrada en cada recodo del camino (y busca nuevos matices como por ejemplo en Guerra Civil), el recorrido por estos diez temas no cansa y se agradece el esfuerzo en producción. Ellos mismo lo profetizan con el título del disco y nosotros coincidimos. Mismo sitio, distinto lugar. Que todo cambie para que no cambie nada. Que evolucionemos para encontrarnos al final del camino con los mismos y genuinos Vetusta Morla de siempre.

Fuente: www.berenjenacompany.blogspot.com